Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se
diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Lo dejo suelto y se va al prado, y acaricia tibiamente con su
hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas…
Lo llamo dulcemente: Platero, y viene a mí con un trotecillo
alegre que parece que se ríe en no sé qué cascabeleo ideal …
Come cuanto le doy. Le gustan naranjas, mandarinas, las uvas
moscateles, todas de ámbar, los higos morados, con su cristalina gotita de miel …
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña …; pero
fuerte y seco como de piedra. Cuando paso sobre él, los domingos,por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:
-Tiene acero …
Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.
Capítulo I Platero y yo.
Juan Ramón Jimenez.
En el arroyo grande que la lluvia había dilatado hasta la viña, nos encontramos, atascada, una vieja carretilla, perdida toda bajo su carga de hierba y de naranjas. Una niña, rota y sucia, lloraba sobre una rueda, queriendo ayudar con el empuje de su pechillo en flor al borricuelo, más pequeño, ¡ay!, y más flaco que Platero. Y el borriquillo se despachaba contra el viento, intentando, inútilmente, arrancar del fango la carreta, al grito sollozante de la chiquilla. Era vano su esfuerzo, como el de los niños valientes, como el vuelo de esas brisas cansadas del verano que se caen, en un desmayo, entre las flores. Acaricié a Platero y, como pude, lo enganché a la carretilla, delante del borrico miserable. Lo obligué, entonces, con un cariñoso imperio, y Platero, de un tirón, sacó carretilla y rucio del atolladero y les subió la cuesta. ¡Qué sonreír el de la chiquilla! Fue como si el sol de la tarde, que se quebraba, al ponerse entre las nubes de agua, en amarillos cristales, le encendiese una aurora tras sus tiznadas lágrimas. Con su llorosa alegría, me ofreció dos escogidas naranjas, finas, pesadas, redondas. Las tomé, agradecido, y le di una al borriquillo débil, como dulce consuelo; otra a Platero, como premio áureo.
Fragmento de Platero y yo.
Juan Ramón Jimenez.
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